jueves, 17 de abril de 2014

# No te vayas nunca, por favor, quédate.

Fiestas en la playa de una ciudad que no conocíamos, risas, besos, excesos, la puesta de sol, la copa de antes de cenar, o la de después de desayunar.
Paseos por la orilla con los zapatos en la mano y el pelo más que despeinado.
Charlas, cola-caos, vídeos cantando y bailando, la reconciliación con nosotros mismos, la casita alquilada, la cocina tradicional, las habitaciones blancas, los tejados de color marrón anaranjado de tejas superpuestas.

Las flores que caen por encima de las paredes de las casas en cascada, azules, amarillas, rosas, rojas, y blancas.
La gente mayor, los niños, los padres de los niños tomando café y tostadas con las camisetas de promoción de Coca-cola y Nestea, y las abuelas paseando y hablando de la juventud de hoy en día.
El olor a mar y el sonido de las olas, la arena fina, el agua fría, el campo a menos de un kilómetro, las mariposas, los perros, algún que otro gato intentando cazar gorriones y golondrinas.

Las fiestas los Sábados y las reuniones de todo el pueblo en la plaza los Viernes a las ocho.
Las lámparas encima de las mesas del bar de la playa y alguna que otra fundida, y alguna que otra parpadeante.

La comida casera, el olor a pan por las mañanas, la luna y las estrellas sin contaminación lumínica por las noches, los helados de fresa y los helados de yogurth. Los trucos de magia de Pablo, el niño de 12 años, el hijo de Marisa.
Y hacer el amor en la playa a las 4 de la mañana, y los viejos verdes de la zona sur, y los días sin fecha, la pérdida de la noción del tiempo, el cine de verano con el proyector. 
Los refrescos, los tés, las sandalias, y las sandalias que se rompen, los bailes en la plaza, las adivinanzas y los chistes, los refranes, el queso y el vino y los piquitos de pan.


L'étéc'est l'amour et la liberté.