Pero
siempre era así,
por
la noche mientras llovía
o
por las mañanas cuando la gente
parece
ser feliz de otra manera,
nosotros
siempre igual,
tú
tirando de un extremo de la cuerda
y
yo del otro,
y
cada uno tirando con toda su fuerza.
Creo
que después se rompió y no ganó nadie,
nunca
ganaba nadie,
siempre
dos almas partidas,
parecidas
y esparcidas.
Equidistantes.
Nos
poseíamos
pero
nadie era dueño de nadie,
sólo
éramos dos animales
que
se mordían y rasguñaban,
y
después lloraban mientras el otro sangraba...