viernes, 11 de septiembre de 2015

# Balada de una bayoneta entre las costillas.

Hay mujeres que nacemos para no ser de nadie,
para mantener la cabeza alta por mucho que nos pesen las ideas,
somos las combatientes de una guerra que nos amordaza,
nos mordemos los labios al ritmo de los espasmos.

Tenemos siete vidas perras y una prolongación del cadáver en el vientre,
volamos alto para estrellarnos,
somos la radio avisando del impacto,
la azafata calmando a los pasajeros.

Siempre hablo de aviones, será por mi pánico a volar alto.
Yo nunca he perdido un tren, yo he perdido aviones,
trasatlánticos, yo me he estrellado y me he hundido.
Y tú también.

Hay mujeres que nacemos para comernos nuestra propia piel,
llegamos, destruimos, y nos vamos,
porque no sabemos quedarnos,
porque brillamos mejor desde lejos y nos asfixia lo estático.

Si tengo que elegir entre querer al resto o respetarme,
¿tú qué prefieres?
Aquí dentro huele a fosa común, a lodo,
a mierda pura, a pura infección.
Mi basura.

Un odio antropófago capaz de devorarme
y que se acuesta conmigo cada noche
y me despierta al contacto con la calma.
Nunca reposo,
soy una pastilla efervescente.

Soy una indecisión desastrosa,
un desastre monumental,
no sé hacer otra cosa.

"Quiero morirme,
mátame ya"

La balada de una bayoneta entre las costillas,
el fuego de los sesos a punto del colapso,
y aquí seguimos los inhumanos,
bailando al ritmo de las voces
con tendencia a los barrancos.

Decidle a mis ejércitos que me he vencido,
que esta coyuntural tregua ha terminado,
renuncio a los idilios con las pastillas para dormir
pero no soñar,
a la conglomeración de drogas diagnosticadas,
a la intimidad de esta tormenta,
me desahucio.

Rompo los contratos con todos los impulsos nerviosos,
esta flor que se pudre quiere pudrirse,
organiza la rabia contra la tundra de insectos,
la chica mecánica gira sobre si misma
hasta el a debacle.

La real catástrofe de la admiración pragmática,
sucumbir a la debilidad del dolor,
hablar del resto como si pusieran las estrellas en el cielo
mientras te dejas morir en el suelo, ser pasto de los hongos
y las suelas.
Escupirte.

Un poema que respira, 
un beso con la boca abierta sin miedo a aspirar el veneno,
la alevosía de matar a alguien con el violento silencio,
con la atroz ferocidad de la indiferencia,
mordiéndote los labios y la carne,
mortal pantomima de deseos.

Una mujer bala que se dispara y no regresa,
una niña muerta dentro de una mujer en coma,
la edición limitada del caos embotellado,
la rabia.

Mis siete pecados capitales se llaman Sara.