domingo, 9 de febrero de 2014

# Moción de censura a los Lunes.

Que la vida para mi entonces era eso, joderme los Lunes y alegrarme los Viernes, porque aquellos días, podía mirarle desde lejos y verle sonreír, aunque él no me mirara, y ya no me quisiera.
Porque tampoco estaba tan mal pensar que no me importaría arrancarme el corazón y dárselo, porque al fin y al cabo, y de cualquier manera, ya era suyo.
No podía hacer que me quisiera, y tampoco podía hacerle sentirse querido por mi, porque ya no nos hablábamos, ni si quiera nos mirábamos.
Era un quiero y no puedo.
Era un puedo y no quiere.

Era un Jueves contenta porque mañana le vería, era un le miro los Viernes, era un dudo todo el Sábado en si decirle, "eh, ¿hablamos?", y cuando quería darme cuenta, ya era Lunes otra vez.
Joder. Lunes otra vez.
Cómo odio los Lunes.

Luego era lo de siempre, una semana pensando en él: Tres días estudiando, uno suspendiendo matemáticas, otro aprobando biología, y otro más deseando contárselo, ¿pero para qué? A él no le interesaría algo tan absurdo como que había aprobado el examen que tanto odiaba sobre las etapas de la división celular y que el de matemáticas me había puesto un uno en el examen de ecuaciones de segundo grado. Y si llovía, me preguntaba si el cielo también te echaría de menos. Y si hacia sol, te imaginaba riendo. Y para ser sincera, creo que nunca me había gustado tanto la idea de esperar a alguien, aún creyendo que no iba a llegar, como cuando decidí esperarte toda la vida porque deseaba que en algún momento fueses tú.

Los Viernes eran bonitos porque veía su pelo.
Aunque nunca quedásemos, siempre acudíamos los dos a la cita. Él en la acera de en frente, con sus amigos, patinando, yo con mi amiga, jugando a las cartas, mirándole de reojo, muerta de nervios por cuando llegara la hora de irnos, y tener que cruzar la calle, y pasar a escasos metros.

Los Sábados eran bonitos porque oía su risa.
Aunque creo que me dolía más a mi cuando se caía al suelo que a sus rodillas... Y yo entonces era absurdamente tímida por si una de esas veces en que me permitía mirarle fijamente, él sin querer miraba hacia mi y se daba cuenta de cuantísimo deseaba volver a abrazarle, aunque fuera un poquito.

Los Domingos no valían la pena porque no le sentía.
Los Domingos no eran más que un día estúpido colocados estratégicamente después del Sábado para que yo pensara en él como mi objetivo para el siguiente fin de semana.

Luego Lunes.
Otra vez Lunes.
Creo que desde entonces odio los Lunes.