domingo, 9 de junio de 2013

# Mi novela favorita.

Me daban ganas de comerme el mundo entero si empezaba por su boca.
Y es que aquél verano pasó como pasan los días de un niño de ocho años de vacaciones en la playa, comiendo helado.
Las noches parecían cortas y sus ojos brillaban más que los focos de aquél concierto donde me sonreía con toda su magnitud, y juro solemnemente que era la cosa más bonita que había visto nunca.
Los días de playa ahora me quedan tan lejanos... Pero podría detallar incluso cuántos granos de arena se pegaron en su piel cuando salió del agua y se tumbó sobre mi, tan fría como el hielo, riendo, y quemándome por dentro.
Nunca me metió en su cama, pero creo que era amor, porque dormía junto a mi en un colchón tirado en el suelo, y me acariciaba la mano antes de dormir.
Hace millones de segundos desde la primera vez que dormí a su lado, pero lo recuerdo bien, era nueve de Marzo, y cuando se tiró desde su cama al colchón, y se durmió ahí, a mi lado, el mundo se paró.
No existía nada más bonito que verla dormir.
Podría decir, que hasta recuerdo sus patadas mientras soñaba, seguramente con otra, recuerdo que tardaba en dormirse dos minutos y cuarenta y siete segundos, y que siempre hacía un ruido raro sobre las cuatro de la mañana.

No entiendo bien cómo fue que se perdió todo aquello, que a lo peor, ni si quiera existió, pero sí que me alcanza la memoria para poder decir que amé.
Amé su vida, sus poros, sus heridas y sus mejillas.
No me quedó punto alguno en el mapa de su cuerpo sin recorrer, ni punto cardinal que no siguiera a través de sus ojos.
Su amor era el ángulo principal de mis caricias, y añoro sus lunares, y la puerta de su habitación, porque las paredes azules de su alcoba eran mi cielo, y también el calendario que colgaba sobre los pies de su cama con una sonrisa dibujada sobre el día seis, y los mordiscos en el labio, y su jersey rosa, y sus pantalones azules de cuando la conocí, pero también los paseos que no dimos, y las palabras que no salieron de sus labios.

La noche que fuimos a cenar al pequeño restaurante chino del puerto, lleno de luces rojas, y de barquitos flotando amarrados, como mirándonos tan nuestras... La misma noche en la que cambiamos de universo con un beso de apenas seis u ocho segundos... La noche que nos tumbamos de la mano en el embarcadero y vimos una estrella fugaz...

"+ ¿Has pedido un deseo?
- Claro...
+¿Qué has pedido?
-No te lo puedo decir, si te lo digo no se cumple...
+Pues me enfado.
-¿Te vas a enfadar conmigo?
+Sí.
-Te quiero.
-No más que yo."

Y después de no contarte cómo te deseé, nos fuimos a la feria, a vencer mi miedo a las alturas para encerrarme contigo en una atracción de esas que tanto te gustaban, que subían y bajaban y giraban y me hacían chillar a tu lado, y a por lo menos 60 metros del suelo...

Dicen que no hay mal que por bien no venga, dicen que el primer amor nunca se olvida, que hay personas que no saben amar; dicen que si te hizo sonreír mereció la pena, dicen que nunca la han vuelto a ver tan feliz como conmigo, que eramos almas gemelas y estábamos hechas la una para la otra, que sus historias con otras eran errores, y miedo al compromiso que tenía conmigo; dicen que cada verano tiene su historia, y es raro, porque yo soy de amores de invierno, de mantas y palomitas viendo una peli en el sofá, de olor a mojado y tostadas por la mañana mientras ahí fuera llueve, pero...
Ese verano, su verano... Fue mi best-seller personal, y fue lo que me enseñó cómo dentro de la felicidad, puede caber tanta tristeza.