miércoles, 8 de julio de 2015

# Dios es una mujer.

Música era una mujer soltera, joven, grácil, sin miedo... Sabía moverse y ser miles de mujeres en una sola, sabía gritar y susurrar y averiguar todos tus secretos con paciencia como si estuviera mirando el cielo... No sabía mostrar indiferencia, sólo sabía quedarse y curar, o herir, o hacer explotar... Lo que fuera, menos la indiferencia. No le daba miedo nada, tanto era así, que al final, comenzó a tirar de una herida y a pegarse sobre el papel. Literalmente, quiero decir, comenzó a arrancarse la piel y a extenderse sobre un rollo de blanco kilométrico hasta convertirse en partitura...

Extendió todo, desde la piel hasta los dientes, desde su voz hasta los silencios. Y ahora todo el mundo escribe sobre ella, crea sobre ella. La cambia, la desdibuja y la realza... Hacen música, pero es que Música ya existía antes de que el mundo naciera.
Sus colores brillaban en la oscuridad e incluso de día, era la cosa más bella que el ser humano conocía, y necio, como siempre, pensó que él era su dueño. Pero ella era dulce y violenta, paciente y alterada, sabía callarse en el momento justo y mirar desde el final de las notas a los humanos sentirla.

Música era libre, sabía que de todas las cosas del mundo, a ella nunca la detestarían. Ella era libre, sabía que de entre todas las cosas del mundo, sólo ella era ella, y sin ella, el mundo no sería igual.

Sonrió, bailó, cantó, compuso, el mundo era suyo. Ella era Dios.