viernes, 23 de enero de 2015

# La evidencia del suceso inevitable.

Tiene unos ojos azules preciosos que yo no podría ni si quiera igualar.
Seguramente sea todo lo alocada, extrovertida, interesante y cariñosa que yo no soy, no sé ser, o no me consiento ser.
Habrá viajado mucho, y será espontánea y genial, curiosa y comprensiva, será de lo bueno, lo mejor.
Tendrá la voz bonita y se dormirá sin hacer ruido y sin moverse.
Le gustará la misma música y nunca se cansarán de hablar.
Le enamorará el estómago, la polla, y la boca, y serán de lo bueno,
lo mejor.

Tendrá menos de esto, y más de aquello y le llenará los días de felicidad, le dará menos problemas, será menos dependiente, y más solidaria emocionalmente, le gustarán otras flores y no las rosas, no tendrá miedo a nadar ni a su cuerpo y será de lo bueno, lo mejor.

No estará rota y loca y jodida como una perra.
Y yo soy yo, la cota mínima que alguien puede desear en todos los sentidos.

No se trata de competir, pero al final siempre pierdo,
al final siempre soy yo conmigo y nada más,
y otra persona ocupando el lugar que me habían dado.

Al final siempre soy yo conmigo y ya está.

Yo le repetía la evidencia del suceso inevitable y repetitivo.
y el repetía inevitablemente que no sucedería esta vez, evidentemente,
y evidentemente, sucedió.

"Hasta que te canses de mi", le decía, y se cansó.
"Yo te quiero más", -peleábamos por querernos- y no ganó.