lunes, 8 de abril de 2013

# Revolución personal.

Se declaran en los ojos las raíces de este mundo descontento, y que tan patético y triste se torna cada día para miles de personas, y contemplo en ellos todas las guerras que le precedieron y que se repetirán, como si de un mal sueño se trataran, incluso tras haber jurado paz en nombre de madres y difuntos, por el humano error de no satisfacerse con nada, y de querer siempre más.
La humanidad no conoce su efecto, y se deja dominar por su egoísmo y su destructividad, nacidos de la culpable y decidida voluntariamente naturaleza de no querer quitarse nunca la venda de los ojos, por pereza, miedo, comodidad, o lo que verdaderamente se esconda detrás de la típica excusa del "soy así, y no puedo cambiarlo".
Cada persona es una propia feria de vanidades y mundos, concentrado todo en un sólo cuerpo que no es eterno, y que dejará huella por insignificantes que parezcan sus actos, que en realidad son, inmutablemente necesarios, para que se sucedan las casualidades, o el destino, o qué se yo...

Cuando alguien dice que es así, de esa manera tan particular suya, y a la vez, aunque no lo sepa o no lo quiera aceptar, común forma de ser, y no puede cambiar, se equivoca.
Todos podemos cambiar, aprender, y mejorar.
Que en realidad es nuestra única tarea en esto que llamamos vida, y no más que el simple e inevitable desarrollo natural de ésta.

Es más, todos debemos cambiar, aprender y mejorar, porque todos nos merecemos vivir.
Todos merecemos avanzar como personas y experimentar.
Equivocarnos, y tropezar con la misma piedra dos o tres veces.
Pero todos tenemos la obligación de crecer.
De quitarnos la venda de los ojos, y estabilizarnos.
Aprender a quitar la piedra y dejarla a un lado porque hemos aceptado que sólo nos hará daño, y continuar con nuestro camino con la cabeza bien alta, y orgullosos de nuestras cicatrices, porque son la verdadera y más fiel biografía de nuestra vida.
Por eso no podemos destruir, y destruirnos escudados en la excusa del soy así y no puedo cambiar, porque esa no es más que la burda excusa del infante que padece el síndrome de Peter Pan más tiempo del que debiera.
Y es entonces, cuando todas esas cosas humanas que alguna vez en nuestra vida nos han parecido o nos parecerán únicas, enormes, y de extraña naturaleza, serán tan sólo lo que verdaderamente son, casualidades, o consecuencias del destino, o qué se yo...